El arte siempre estuvo muy presente en mi vida. Mi abuela era pintora y me crié viendo su obra. Aunque nunca pinté de chica, para mí era algo cotidiano. En 2016, comencé la carrera de Arquitectura y urbanismo en la Universidad Nacional de La Plata y mi chispa artística se despertó. Amaba pintar paisajes, árboles, animales y otras cosas más para algunas materias.

En 2018 tuve la idea de emprender y me abrí una cuenta de Instagram. Me gusta estar en la naturaleza, me produce sensaciones hermosas, me encanta viajar y por eso decidí que mis pinturas tendrían que ver con eso.

Para juntar dinero para un viaje empecé a vender mis mates y portavelas intervenidos (junto con algunas cosas importadas de la India, porque amo esa cultura).

Iba a ferias y no vendía absolutamente nada. Le vendía más que nada a familia, amigos y algún que otro desconocido. Pero nunca dejé de insistir. Me iba de vacaciones a Mar del Plata con todos mis productos y tiraba una lona para venderlos. Empecé a vender por pedido y llegó un punto en que no llegaba a hacer stock. Mis mates se empezaron a volver muy populares. Es lo que hoy me hizo llegar a donde estoy hoy.

Luego sentí que la superficie me quedaba chica y comencé a hacer cuadros, que también se vendían bien. Continué interviniendo los productos de otras marcas y así empecé a crecer como artista, a tener más visibilidad. Así surgieron propuestas para hacer murales.

Fue muy duro al principio porque trabajaba muchísimo y económicamente no me animaba a cobrar lo que realmente valía mi trabajo.

Este año decidí profesionalizar 100% mi marca comercial y personal y vi los resultados al instante. Hoy vivo de mi arte, de mis manos y de mi esfuerzo. No me da vergüenza hacer valer mi trabajo, y la gente que entiende el valor emocional que tiene, lo paga. Yo les estoy infinitamente agradecida.

“Saber que mi trabajo trata de hacer felices a las personas no tiene precio. El arte transforma, te transforma. Va más allá del valor económico, es mejorar la calidad de vida de las personas”.