Un artista sin límites

Las obras de Claudio Baldrich están a la vista de todos: en estaciones de subte, en el recital que Soda Stereo dio en el Campo Argentino de Polo, recientemente, en uno de los muros del Hospital de Pediatría Garrahan, en Tecnónopolis y en otros lugares.
Sus trabajos tienen mucho del carácter extrovertido y sociable de este ingeniero devenido en artista, eterno músico, exempresario y siempre emprendedor.

BM- Te gusta mucho la música y pintar, pero hiciste la carrera de ingeniería, ¿cómo sucedió?
CB- Porque mi papá era autónomo y tenía un taller con máquinas adonde me llevaba los veranos, cuando era chico. Me inscribí en Ingeniería porque me tiraba lo técnico (hoy, además de mi atelier, tengo máquinas y hago de todo). Sabía desde el secundario que quería ser ingeniero. Jamás me planteé una carrera como artista profesional, a lo sumo, a los 20 o 22 se me cruzó dedicarme a la música, pero la pintura la pensaba como un hobby. Hasta mis viejos me decían: “¡andá a estudiar arte!”. A los 14 años, tenía un amigo al que a veces iba a visitar a la casa, y siempre veía a su mamá pintando. En ese momento, me parecía una anciana: la veía tranquila, pintando, y pensaba que era algo que yo querría para cuando me jubilara. Siempre me incliné por el arte, pero después hice la carrera de Ingeniería, me casé, tuve 4 hijos, compré mi casa, fue pasando la vida de todos los días, y fui relegando el dibujo, incluso hasta la música. En 2003, retomé la música, pero tuve una crisis con los otros músicos de la banda. Guardé todo en el altillo y dije, “no toco más”. Entonces pensé: “¿Y si me pongo a pintar esto que yo pensaba hacer cuando fuera canoso?”. Y me fui a comprar pinturas. Era el año 2008, y en ese momento tenía una empresa con 30, 40 empleados.

BM- Pasaste de ser emprendedor a artista.
CB- Siempre fui un emprendedor y me sigo considerando así. Hasta la pandemia tuve dos bares con otros socios. A mí me encanta emprender. Con el arte emprendo, también.

BM- ¿Fue traumático el cambio?
CB-
No lo podría haber hecho sin el apoyo de mi familia, de mis hijos. Pasás a hacer otra vida. Con la empresa llegaba a las 6 de la tarde con el casco y como artista a esa hora salía de casa para ir a muestras. Fue cambiar de ambiente. Y, por supuesto, sabía que iba a haber un descalabro económico. Por suerte, ese año me empezó a ir muy bien. No había cerrado la empresa de una, sino que fueron 5 años en que se fue achicando hasta que pude dedicarme al arte.

BM- ¿Y cómo fue volver a pintar después de tanto tiempo?
CB-
En una librería me ayudaron y me recomendaron una profesora alemana, muy cerca de casa. Así arranqué, primero con óleo. La mujer me estimuló mucho y, en 2009, mostré un cuadro. Paralelamente, encontré una nota en una revista que decía: “El artista que dejó todo”. Era sobre Darío Mastrosimone, un contador que pintaba los domingos y se fue a vivir a San Martín de Los Andes. Quise conocerlo, lo busqué, le escribí y me contestó que iba a estar en una feria. Eso fue otro estímulo. En ese momento me pesaba mucho ir a la oficina, a las obras y hablar con él me ayudó. Por eso digo que hay que hacer lo que a uno le gusta, porque es muy triste llegar a viejo y no hacerlo.

"Soy tan feliz haciendo esto, que lo hago hasta sábados y domingos."

“Podés venderte mucho, pero si lo que hacés no es bueno, llegás a un techo”

BM- ¿Cómo te hacen los encargos?
CB- Como en todas las profesiones, hay que laburar mucho y ponerle muchas ganas, pensamiento, energía. También influye tu capacidad de relacionarte. Muchas cosas llegaron porque tuve suerte de que me vean en un determinado lugar. Creo que mi laburo es bueno, tiene buena técnica, calidad. Obviamente, no tiene por qué gustarle a todo el mundo; pero lo que quiero comunicar, lo comunico. Por eso creo que podés venderte mucho, pero si lo que hacés no es bueno, llegás a un techo.

BM-¿Cómo llegaste a hacer lo de los murales en el subte?
CB-
Pinto con acrílicos de Eterna –es una empresa que apoya mucho la actividad de los artistas–cuadros en tela, hago murales, hago cosas para marcas, el tipo de arte que hago se presta para muchas cosas. Hasta la pandemia, hacía muchos eventos corporativos, de teambuilding, cenas de gala, porque soy bueno para amenizar encuentros de mucha gente, por mi formación.

Lo del muralismo empezó con el subte. Conocían mi obra de antes y sabían que querían que el trabajo lo hiciera yo. Me dijeron: “queremos que represente la zona de la estación”. Y como me tocó la estación Uruguay, se me ocurrió retratar Tribunales, la calle Corrientes, los teatros, la gente de todo tipo: desde personas que no tienen techo, hasta hombres de saco y corbata. También me llamaron del Banco de Sangre del Hospital Garrahan. Me siento entrenado para responder y no creérmela. Está bueno creértela un poquito para resistir los embates del que te subestima. No tiene que ser desde un ego dañino, sino como una especie de fortaleza.

BM- ¿Cómo es la dinámica de tu trabajo?
CB- Hago bocetos a mano. Dibujo desde chico y a los 13 tenía calitecno en la escuela, así que tengo buen pulso, estoy acostumbrado. Converso con el cliente algunos cambios en el boceto, pero le aclaro que el color lo decido en el momento de pintar. De acuerdo a lo que me vibre el lugar, a lo que sienta, empiezo a combinar. De todos modos, también estoy aprendiendo a dibujar digitalmente y ahí sí juego y voy probando colores. Estoy haciendo obras digitales también y tratando de entender esto del cryptoarte.

BM- ¿Cómo pensás que seguirá tu carrera de aquí en más?
CB-
No uso la palabra carrera porque no estoy corriendo a nadie, no compito. No soy de programar a largo plazo. Una de las cosas que más me repito es “dejá que las cosas fluyan”. Este año me propuse mucho eso, repetir dos o tres frases que me hacen bien, como “confío en mí”, y “dejá que las cosas fluyan”. Sin embargo, sí me gustaría poder trabajar afuera. Tengo una obra que se va a Israel, alrededor de 12 obras en Barcelona, otras en una galería de Praga y particulares que se llevaron cuadros míos a Suiza, a Francia, Marruecos… Tengo un hijo viviendo en España, quiero ir más seguido y abrir un camino en Europa. Eso es lo que quiero a mediano plazo. Pero no pienso mucho. Soy tan afortunado… Tengo una familia hermosa, salud, capacidad para trabajar. Si mañana tengo que trabajar de ingeniero o jardinero, lo hago. Tengo mucho por hacer y seguir trabajando, amo la palabra “trabajo”. Soy feliz trabajando y soy tan feliz haciendo esto que lo hago hasta sábados y domingos. Estoy contento de haber salido del molde de “lunes a viernes”. Podría decir que tengo el proyecto de ser más universal, no ponerme límites en ningún sentido.

Tecnópolis 2021

Ocho murales para el pabellón arqueología realizados con Esmaltes Acrílicos al Agua Eterna.