Pincel:
el sexto dedo de la mano

El ser humano empezó pintando su cuerpo y las cavernas con su propia mano, hasta que desarrolló esta herramienta que amplió su capacidad de expresión.

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“Un corazón sensible, buen ojo, una mano habilidosa… y el mejor pincel”,
esto afirmaba Anselm Feuerbach, un pintor alemán nacido a mediados del siglo XIX como las cuestiones elementales que definían a un artista.

Pocos le reconocen semejante mérito a este instrumento que nació casi junto con la historia de la humanidad. Se sabe que comenzó a usarse hace más de 25.000 años, durante la Edad de Piedra y que estaba hecho con ramas deshilachadas. Con el paso del tiempo, su forma fue complejizándose. En el siglo IV a.C., los alfareros egipcios pintaban objetos con pinceles hechos con pelos de buey, aunque fueron los chinos quienes lograron una pieza más parecida a la que se utiliza hoy, con pelos de cerda ligados a cañas de bambú.

Durante la Edad Media y en Occidente, eran los propios pintores quienes creaban pinceles de una calidad acorde a las necesidades de sus obras de arte, hasta fines del siglo XVIII, cuando comenzaron a fabricarse con vistas a su comercialización en Francia y Alemania.

Desde entonces, esta herramienta fue evolucionando hacia distintas formas, largos y materiales. Las cerdas porcinas, por ejemplo, son más utilizadas para pinturas espesas porque son fuertes y flexibles. Además, sus filamentos terminan en tres puntas, lo que facilita la retención de pintura. Pero también existen los pinceles de oreja de buey, cola de ardilla, cabra, camello, pony, marta roja, marta de la Siberia y marta tropical, por citar algunos ejemplos.

En tanto, los mangos se hacen según la técnica elegida por el artista y a la distancia que necesite en relación a su obra. Los tamaños dependen de las características del trazo, así como las puntas pueden ser redondas, planas, en abanico, entre otras opciones.

La virola metálica es el punto de unión entre el mango y los pelos. Cumple la función de armar y disciplinar las cerdas de modo tal que éstas deben permanecer blandas, flexibles y con memoria, es decir, con capacidad de recuperar su posición anterior. Su fabricación es prácticamente artesanal y requiere de obreros con mucha experiencia para que el producto definitivo pueda sortear los estrictos controles de calidad. 

Josep Escoda, uno de los responsables de la célebre empresa catalana de pinceles que lleva su apellido, resume así a este objeto: “Es una herramienta parecida a un sismógrafo, que sabe transmitir la sensibilidad del artista, convirtiendo su innata inspiración en arte”. 

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